Sonia Almoguera - Heraldo de Soria.
Trabajador incansable, autodidacta, un escultor «radical» tanto en su arte como en su vida personal que vivía el arte sin concesiones. El escultor soriano Javier Sampérez (1957) fue enterrado ayer en Zamora. Murió de una grave enfermedad con la que llevaba luchando un año. Trabajó hasta el último día de su vida.
El también escultor soriano Carlos Sanz Aldea lamentaba ayer la pérdida de una persona «sencilla» y de un artista «de primera línea» que, sin embargo, no fue nunca profeta en su tierra. Javier Sampérez comenzó su trayectoria como ebanista y carpintero, pero pudo más el arte. De formación autodidacta, en Soria «se le valoró poco» y marchó a Barcelona para probar suerte, aunque posteriormente se establecería en Zamora, en cuyo taller, en el antiguo ferrocarril de Corrales del Vino, presidiría siempre un cartel de las fiestas de San Juan. «Su obra se encuadraba entre el minimal y el estudio del espacio. Sus esculturas me recordaban a veces a pequeñas arquitecturas, pero eran más profundas que todo eso», explicaba ayer Sanz Aldea.
Como artista destacaba en él siempre un acabado perfecto con Oteiza como referente máximo y una forma «muy profunda» de trabajar su sello de identidad. Eso sí, a Sampérez le costaba «promocionarse», se dedicaba únicamente a su arte (en su taller se concentran ahora unas 1.500 producciones). «Tenía una actitud muy radical frente al arte y la vida, sin concesiones», agregó Sanz Aldea. Durante mucho tiempo pasó desapercibido, pero «cuando mostraba su obra se le consideraba un artista muy válido», recuerda Sanz Aldea, amigo personal y con quien coincidió en proyectos artísticos como la decoración exterior de los trenes cercanías de Alicante. Pero actualmente, Sampérez estaba en un buen momento. Colaboraba con una prestigiosa galería de Madrid. Ahora empezaba a tener reconocimiento. Entre sus últimas exposiciones se encontraba, precisamente, un homenaje a Oteiza gracias a una muestra organizada por la Fundación Segundo y Santiago Montes en Valladolid. Madrid, Barcelona, León, incluso Italia fueron algunos de los lugares donde pudo contemplarse su obra. El románico era una de las pasiones de Javier Sampérez y, a este respecto, «los Arcos de San Juan de Duero, sus capiteles, le volvía loco», comentó Sanz Aldea, muy afectado por el fallecimiento de su amigo, un artista cuya opinión respetaba profundamente. Trabajador infatigable, continuó creando en su estudio hasta el último momento cambiando el hierro por la madera de sus orígenes.

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