Existe atontamiento allí donde una inteligencia está subordinada a otra inteligencia. El hombre –y el niño en particular- puede necesitar un maestro cuando su voluntad no es lo bastante fuerte para ponerlo y mantenerlo en su trayecto. Pero esta sujeción es puramente de voluntad a voluntad. Y se vuelve atontadora cuando vincula una inteligencia a otra.
La vía de la libertad es la vía de la confianza en la capacidad intelectual de todo ser humano.
Se puede enseñar lo que se ignora si se emancipa al alumno, es decir, si se le obliga a usar su propia inteligencia. Para emancipar a un ignorante, es necesario y suficiente con estar uno mismo emancipado, es decir, con ser consciente del verdadero poder del espíritu humano.
Quien enseña sin emancipar, atonta.
Jacotot indicó el medio de esta enseñanza universal: aprender alguna cosa y relacionar con ella todo el resto según este principio: todos los hombres tiene una inteligencia igual y todo está en todo.
Solo existe un poder, el de ver y el de decir, el de prestar atención a lo que se ve y a lo que se dice.
Sabremos que podemos, en el orden intelectual, todo lo que puede un hombre.
He aquí lo que quiere decir Todo está en todo: la tautología de la potencia. Toda la potencia del lenguaje está en el todo de un libro. Todo conocimiento de sí como inteligencia está en el dominio de un libro, de un capítulo, de una frase, de una palabra.
La misma inteligencia crea los signos y crea los razonamientos. No existen dos tipos de espíritu. Existen distintas manifestaciones de la inteligencia, según sea mayor o menor la energía que la voluntad comunique a la inteligencia para descubrir y combinar relaciones nuevas, pero no existen jerarquías de la capacidad intelectual. Es la toma de conciencia de esta igualdad de naturaleza la que se llama emancipación y la que abre la posibilidad a todo tipo de aventuras en el país del conocimiento. Ya que se trata de atreverse a aventurarse y no de aprender más o menos bien o más o menos rápido. Comencemos por el texto y no por la gramática, por las palabras enteras y no por las sílabas.
No es pues el procedimiento, el progreso, el modo, el que emancipa o atonta, es el principio. El principio de la desigualdad, el viejo principio, atonta se haga lo que se haga.
Sócrates interroga a un esclavo que está destinado a serlo siempre.
De este modo, el socratismo es una forma perfeccionada de atontamiento. Al igual que todo maestro sabio, Sócrates pregunta para instruir. Ahora bien, quien quiere emancipar a un hombre debe preguntarle a la manera de los hombres y no a la de los sabios, para ser instruido y no para instruir. Y eso solo lo hará con exactitud aquel que efectivamente no sepa más que el alumno, el que no haya hecho antes que él el viaje, el maestro ignorante.
Enseñar lo que se ignora es simplemente preguntar sobre todo lo que se ignora. No hace falta ninguna ciencia para saber ese tipo de preguntas. El ignorante puede preguntarlo todo, y serán solo sus preguntas, para el viajero al país de los signos, las verdaderas preguntas que le obligarán al ejercicio autónomo de su inteligencia.
No existe inteligencia allí donde existe agregación, atadura de un espíritu a otro espíritu. Existe inteligencia donde cada uno actúa, cuenta lo que hace y da los medios para comprobar la realidad de su acción.
Maestro es el que mantiene al que busca en su rumbo, ese rumbo en el que cada uno está solo en su búsqueda y en el que no deja de buscar.
Se trata en todos los casos de observar, de comparar, de combinar, de hacer y de atender a cómo se ha hecho.
Lo que puede por esencia un emancipado es ser emancipador: dar, no la llave del saber, sino la conciencia de lo que puede una inteligencia cuando se considera igual a cualquier otra y considera cualquier otra como igual a la suya.
Todo está en todo. La tautología de la potencia es la de la igualdad, esa que busca la marca de la inteligencia en toda obra del hombre.
Aprender a improvisar era, en primer lugar, aprender a vencerse, a vencer ese orgullo que se disfraza de humildad para declarar su incapacidad a la hora de hablar delante de otros –es decir, su rechazo a someterse al juicio de los otros.
“No puedo” es el ejemplo de una frase vacía. “No puedo” no es el nombre de ningún hecho. Nada pasa en el espíritu que corresponda a esa aserción.
Tu humildad tan solo es temor orgulloso a tropezar bajo la mirada de los otros.
El hombre es un ser que sabe muy bien cuando el que habla no sabe lo que dice.
¿Cómo es posible la inteligencia sin la igualdad? La inteligencia no es el poder de comprensión mediante el cual ella misma se encargaría de compara su conocimiento con su objeto. Ella es la potencia de hacerse comprender que pasa por la verificación del otro. Y solamente el igual comprende al igual. Igualdad e inteligencia son términos sinónimos.
Es más fácil compararse, establecer el intercambio social como ese trueque de gloria y de menosprecio donde cada uno recibe una superioridad como contrapartida de la inferioridad que confesa.
Decimos que no hay igualdad más que entre los hombres, es decir, entre individuos que se ven solamente como seres razonables. El ciudadano, el habitante de la ficción política, es el hombre condenado al país de la desigualdad.
Toda institución es una explicación en acto de la sociedad, una puesta en escena de la desigualdad.
Solo el azar es lo suficientemente fuerte para invertir la creencia instituida, encarnada, en la desigualdad.
La igualdad no se da ni se reivindica, se practica, se verifica.
Hay que ser hombre antes de ser ciudadano.
Jacques Rancière: El maestro ignorante. Laertes. Barcelona. 2003
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