"No le preguntes al extranjero su lugar de nacimiento; sino su lugar de destino"

martes, 30 de diciembre de 2014

Sobre "Tiempos de furia" de Miguel Ángel Cerdán

Cada época de barbarie deja a las generaciones futuras la tarea trascendental de determinar cuáles han sido los mecanismos de docilidad que aseguraron el silencio de las mayorías. Cómo fue posible que quienes pudieron alzar la voz contra el horror no lo hicieran, qué negocios abría el mirar para otro lado, cuál era el origen de los miedos, por qué no hicieron uso público de la razón, more kantiano, como un ejercicio de mayoría de edad al llegar a la cincuentena.  Quienes acometan en el futuro esta investigación van a tener material de análisis suficiente, porque lo que puedan encontrar publicado dará cuenta de lo ignominioso de estos años. La prensa, alineada en términos generales con el régimen, rebosa de una complicidad con la devastación que sólo la distancia podrá determinar la gravedad de sus encubrimientos. Qué impidió ver y denunciar las causas de esta pesadilla: el paro, la precariedad, el empobrecimiento de amplias capas de la sociedad, la transferencia de renta de las clases populares a las clases altas, la desatención de la infancia y la vejez, el desmantelamiento de los sistemas públicos de educación, sanidad y dependencia, el apartheid sanitario de miles de personas, el genocidio a cámara lenta de los excluidos por la voracidad financiera, la salida forzosa de las mejores manos y cabezas del país, la corrupción sistémica del Reino de España… La tan repetida crisis del periodismo –rehén de los intereses de los grandes grupos editores- tiene que ver con esta ceguera y con su imposibilidad de escribir el relato a la altura del momento histórico.
Sería injusto no reconocer a los que en medio del infierno, según la célebre imagen de Italo Calvino, no fueron infierno, los que tuvieron el arrojo y la dignidad para, aun a  riesgo de su seguridad, denunciar los atropellos de los poderosos. Los que en los tiempos de la vergüenza no dudaron en poner nombre a las cosas y a sus culpables.

Cada lunes, a primera hora, los amigos y amigas que leíamos la columna de Miguel Ángel nos reencontrábamos con un espacio que nos proporcionaba la valentía suficiente para enfrentar lo insoportable. Su columna creaba comunidad, los amigos la compartíamos y la comentábamos, hallábamos muchas de las claves de lo que estaba pasando. Nos aliviaba de los consensos asfixiantes y nos alegraba el día. Miguel Ángel, que es un profesor de mirada amplia, implacable con los de arriba y de una empatía feraz con los de abajo, tiene la virtud de la claridad en sus exposiciones y la pasión cívica de los clásicos. Las columnas periodísticas que recoge este libro son un almanaque de los días de ira y tendrán un valor arqueológico cuando se intente reconstruir tanta ruina. Para entonces, confiamos que en breve, Miguel Ángel publicará un segundo libro con nuevos textos que relatarán otro tiempo: el de la esperanza y la vida digna y decente para todas y todos.

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